CAPITULO 1-
SECRETOS.
Estira otra
vez las piernas y bebe el último sorbo del refresco. Se muerde las uñas por
enésima vez, estruja la lata y la tira a la papelera más cercana. Y, al fin,
ella aparece.
-¡Por fin!
Ya pensé que no ibas a llegar.
-Sabes que
siempre llego.
-Sí, tarde,
como siempre.
Luna no
comprende por qué su amiga está así de borde. Es cierto que se ha retrasado un
poco, pero tampoco es para tanto, opina.
Bien
es cierto que Moni nunca ha sido precisamente la alegría de la huerta, pero
esta tarde está algo más seca que de costumbre. De todas formas, aunque hoy
esté de mal humor, Luna no tiene queja alguna de ella. Es su mejor amiga; de
hecho, la única amiga que ha tenido en años. Para ella, Moni es la prueba clara
de que las esperas largas son las que
merecen más la pena.
-Bueno,
¿nos vamos ya o qué?- pregunta la francesa, impaciente.
-Que sí,
solo espera a que me haga bien la coleta.
Moni
masculla entre dientes algo en su idioma natal, pero eso no provoca a su amiga.
De hecho, solo consigue sacarle una sonrisa.
Monique es
una chica francesa de 17 años de edad; aunque debería estar en segundo de
Bachillerato, se perdió prácticamente un curso, y desde hace un año coincide con Luna en la misma clase.
Ahora, Moni
vive con su madre en un gran chalé a las afueras del pequeño pueblo en el que
residen.
Hace años,
Moni y Amelia vinieron a vivir a España, tratando de huir del padre de Moni, el
cual se había rendido a la bebida y les había causado mucho mal a las dos.
Se
instalaron en Ciudad Real, pero al poco tiempo, el hombre las encontró y se
volvieron a mudar, esta vez a un pequeño pueblecito turolense llamado
Albarracín.
Desde
entonces, viven allí.
El plan
para esta tarde es coger la moto de Moni, la flamante Kawasaki negra recién
adquirida e ir a Canet D’ Berenguer,
una ciudad valenciana que, por suerte, tiene playa.
Es un viaje
de una hora y media y tendrían que haber salido hace rato, pero la tardanza de
Luna lo ha impedido.
La
carretera está llena de curvas. Desde un lado, se ven algunas montañas; al
otro, hay un gran bosque verde. Hay pocos coches que crucen la carretera, y es
que aunque la playa de Canet sea muy famosa, hay poca gente que vaya a finales
de septiembre.
Una hora
después, la moto se detiene frente a una calle llena de mercadillos regentados
por negros o gente con habilidad para hacer trenzas o cualquier virguería que
pueda sacarles de la miseria.
Tras
aparcar, Moni y Luna se sacan las chaquetas de cuero negro y las meten en la
mochila de la francesa.
Se quitan
los cascos. Moni se lo retira sin miramientos, y casi lo tira al suelo. Lo
atrapa en el último momento y suelta una carcajada. No puede permitirse perder
su casco favorito, negro con una pegatina de la torre Eiffel. Sacude su melena
negra con mechas rojas. Saca las gafas
de sol estilo aviador y se las coloca para tapar sus ojos color chocolate.
Luna se despoja del casco con más cuidado ya que solo tiene ese, rojo
con la bandera de Estados Unidos consumida bajo las llamas.
El pelo se
le ha quedado recogido en una coleta medio deshecha, de la que se desprende
enseguida, y deja su pelo color miel caer lacio por su espalda.
Le pide sus
gafas a la francesa y esta se las lanza. Luna las agarra fácilmente y se las
pone, ocultando sus ojos tímidos y grisáceos.
Atraviesan
la calle del mercadillo y llegan a la playa.
En cuanto
sus pies tocan el suelo arenoso se desprenden de las camisetas y colocan las
toallas.
Se meten en
el agua y hacen lo propio: sentarse en el fondo de la playa, que no es muy
honda, y hablar de la vida en general. El tema de hoy es el día en que se
conocieron.
Ambas lo
recuerdan como si fuese ayer.
Ocurrió uno
de los primeros días en los que Moni y su madre eran “forasteras” en el
pueblo.
Albarracín
proporcionaba a Moni largos paseos por sus calles estrechas y empedradas. Las
paredes llenas de salamandras de metal sobre las rejas de las ventanas de las
casas del casco antiguo le hacían pensar a la vez que la sorprendían, ya que
nunca encontraba dos de
paredes iguales.
En uno de
estos paseos conoció a una chica con el pelo castaño muy claro.
Se fijó en
sus ojos: eran llorosos y grises, pero sobre todo, tristes. Eran sin duda
los ojos más tristes que Moni había contemplado en su vida. Ambas chocaron,
y a Moni se le cayó al suelo la carpeta que llevaba a todas partes, en la que guardaba
un montón de dibujos hechos por ella misma.
-Hey,
cuidado. ¿Estás bien?- preguntó.
-S-si... lo
siento mucho... Espera, yo te conozco. Eres la chica nueva del instituto,
¿verdad?-dijo la chica.
-Sí, soy
yo. Me llamo Mónica.
-Yo soy
Luna. Oye, ¿te puedo llamar Moni? Mónica me resulta demasiado... formal-
preguntó amablemente, con una sonrisa triste dibujada en su rostro-. ¿Esos
dibujos los has hecho tú?
-Sí.
-¡Vaya! Son
impresionantes... Está claro que tienes un don.
Desde
entonces, sus vidas se habían enlazado de un modo casi imposible, casi mágico.
Formaban una simbiosis perfecta: Moni era la cabecilla del pequeño grupo,
mientras que Luna era la parte que complementaba, que equilibraba la balanza.
Todo lo que le faltaba a Moni, Luna lo aportaba.
Cuando
deciden que ya están lo suficientemente arrugadas, salen del agua. A ambas les
resulta rara la sensación de no estar balanceadas por las olas.
Vuelven a
vestirse y suben a la moto.
Moni la
arranca y, en lo que el motor se calienta y comienza a rugir, se ponen los
cascos.
Mientras el
suave traqueteo de la moto las mece, el tiempo pasa volando para las dos
amigas. Desde la carretera, pueden ver como el sol se oculta tras las montañas
y tiñe el cielo de los colores del ocaso. Aunque este está empezando a
nublarse rápidamente.
-Conozco un
atajo precioso, cruzando el bosque- dice Luna, cuando ya llevan
varios kilómetros.
Moni se
limita a asentir y conduce la moto en la dirección que su amiga le indica.
En cuestión de minutos, la carretera se acaba y la moto se encuentra
rodando por una estrecha vereda rodeada por
altos árboles y helechos que ya empiezan a teñir sus hojas de ocre.
Ambas se
quedan absortas con la visión del bello paisaje, tanto es así que Moni no se da
cuenta de que la rueda delantera de la Kawasaki se ha pinchado.
El vehículo
se va parando cada vez más hasta que las deja tiradas.
La francesa
despierta de su ensoñación y se dispone a ver qué le ha pasado a la rueda, sin
pararse siquiera a quitarse el casco.
-Mierda-
masculla Moni-. Hemos pinchado.
-¿Qué? ¡No!
Mi madre me va a matar si llego tarde.
Luna está
francamente disgustada. Estos últimos días la relación con sus padres ha
empeorado notablemente y ha habido numerosos choques, sobre todo con su madre.
Si a esto se le añade que en el instituto la única que la defiende de los constantes
ataques de las chicas de clase es Moni, el resultado es que su vida no es la
que cabría esperar teniendo diecisiete primaveras prácticamente. Aunque de esto último no debería quejarse. Moni es una compañera leal cuyas
gélidas miradas y cortantes contestaciones bastan para cerrarle la boca al más
pintado. Es casi fulminante.
-Bueno,
pues no podemos hacer otra cosa- resuelve Moni-. Habrá que regresar a la
carretera y buscar la gasolinera más cercana.
-No sé si
te habrás dado cuenta, pero estamos en mitad del bosque.
-Mejor,
nadie en diez kilómetros a la redonda que pueda birlarme la moto. Mientras, la
dejo aquí.
-No estoy
segura, Moni... quizás...
-¿Quizás
qué? Estamos en el bosque, a, por lo menos, cincuenta kilómetros de Albarracín,
sin agua, sin comida, y por si fuera poco, es de noche.
-Lo sé, lo
he visto, no soy tonta.
-Joder...-
Moni empieza a desesperarse- anda, pongámonos en marcha.
Las dos
amigas caminan en la espesura de la noche. Realmente no se han enfadado, pero
la tensión de la situación las está alterando.
Cuando
comienza a refrescar apresuran la marcha, pero permanecen en silencio. La
estúpida carretera no aparece por ninguna parte, y comienzan a irritarse cada
vez más.
-Podríamos
haber ido a la Plaza Mayor
o al parque, ¡pero no!– Luna no puede contenerse-. La señorita de París quería
ir a la playa, y a la playa tuvo que ser. Nunca te conformas con nada, Mónica.
-Oye, te
recuerdo que la idea de tomar este atajo fue tuya- replica Moni, tajante-. Y
deja de faltarme así al respeto. Por lo que a mí respecta soy española, no
francesa. ¡Oh, sacrebleu! ¿Donde está la maldita carretera?
Lo cierto
es que Moni no ha tenido ni que girarse para dar la contestación. Aún así, Luna
comprende que se ha pasado, así que decide permanecer en silencio. Por
desgracia, un mal recuerdo le viene a la mente.
Cuando Luna
era pequeña, sus padres, ella y su hermana decidieron ir de excursión a la serranía de Cuenca, con tan mala suerte que
acabaron perdidos en medio de la montaña. Pasaron casi toda la noche atrapados
en la salvaje naturaleza; Luna no podía dormir con el pensamiento infantil de
que por aquella montaña habría lobos y demás animales salvajes.
El recuerdo
de aquella fatídica noche regresa a la mente de Luna, tan lívidos que parece
que los vivió ayer mismo.
Comienza a
temblar ligeramente; la situación de verse de nuevo perdida en el bosque es
demasiado para ella.
-Moni...
-¿Qué
quieres?- dice, de nuevo sin volverse.
-¿Crees que
en este bosque hay lobos?
La inocente pregunta hace enternecerse a Moni, que por fin, se vuelve.
La inocente pregunta hace enternecerse a Moni, que por fin, se vuelve.
-No me
digas que tienes miedo. Anda, ven...- la francesa habla con tono maternal y
rodea los hombros de Luna con un brazo. Ahora están más unidas. Sin embargo, el
buen rollo dura poco. El destino no juega a su favor.
Ni el
tiempo atmosférico tampoco, ya que empieza a llover y amenaza con hacerlo cada
vez más fuerte.
-Oh,
perfecto. ¿Y ahora dónde nos vamos a cobijar?- ruge Moni.
Luna no
contesta. Precisamente ese bosque no le resulta tan extraño como quiere hacer
creer. Ese bosque encierra su mayor secreto, un secreto que ni siquiera a
Monique podría revelarle.
Pero la
lluvia vuelve a apretar y la obliga a tomar una difícil decisión.
Va a llevar
a Moni a su santuario.
Sin
pronunciar palabra, aferra con fuerza la mano de su amiga y echa a correr por
el denso y oscuro bosque.
Apenas
puede escuchar las preguntas de la sorprendida Moni.
Cuando
siente que le fallan las fuerzas, aprieta cálidamente la mano de su amiga y
ello le da la fuerza necesaria para hacer lo que debe.
Continúan
corriendo bajo la lluvia hasta que, al fin, llegan.
-¿Dónde me
has traído?-resuena el eco de la voz de Monique en la caverna.
-Es... un
sitio secreto. Por lo que más quieras, nunca, jamás hables de esto.
-Luna... me
estas asustando. ¿En qué estás metida?
-Yo...
conozco el bosque mejor de lo que crees, pero por favor, júrame que jamás
hablarás de esto.
-Tranquilízate,
Luna. Lo juro.
Moni, con
gesto maternal, abraza a Luna, que ahora está temblando como un flan y
llorando. Le coloca la cabeza junto a su pecho para que se tranquilice escuchando
los latidos de su corazón.
Le acaricia
la mojada cabeza y le susurra palabras tranquilizadoras, pero no obstante, ella
también está nerviosa: ¿En qué lío las había metido su amiga? ¿Y por qué no se
lo podía decir a nadie?
-¿Quién
va?- una potente y gutural voz resuena por toda la caverna.
-Mierda,
mierda, mierda... No debería haberte traído. No sabía que iban a llegar tan
pronto.
Luna no
para de repetir esas palabras, con las manos cubriéndose la cara.
-¿Qué
pasa?- pregunta Moni, cada vez más preocupada. No sabe quién ha pronunciado
esas palabras.
-Yo...
Moni, no deben verte aquí conmigo. Tienes que irte.
-Qué voz
tan fea. ¿Quién es ese? ¿Y por qué tengo que marcharme? ¡Si acabo de llegar!
-Moni, por
favor- Luna cada vez está peor. Las lágrimas se le escapan fácilmente- Tienes
que irte, hazme caso y no... ¡Oh, no! Es
demasiado tarde.
-Pero
bueno, Luna, ¿quieres explicarme...?- a Moni no le da tiempo a terminar la
frase. Una figura encapuchada la ha golpeado con crudeza en la nuca haciendo que
caiga al suelo, inconsciente. Luna es incapaz de articular
palabra, muda de horror. El encapuchado la mira, taladrándola con la mirada.
-Has
incumplido tu promesa.
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