LA
SECTA DEL FÉNIX.
-Hay que seguir buscando…- la voz del jefe de la secta
resuena por toda la honda caverna, convirtiéndola en algo mas grave y profunda
de lo que realmente es.
‘La caverna tiene una sonoridad increíble…’ piensa
Luna. ‘Y su voz también ayuda’. La chica se siente como pez en el agua, con esa
gente y en ese lugar.
-Luna- oír su nombre, pronunciado por su líder, hace
que le tiemble el cuerpo entero. Hace que sienta inquietud, pero a la vez
seguridad-. Hoy te toca hacer guardia.
La voz del líder vuelve a alzarse en
la penumbra.
-Que la luz ilumine la búsqueda y que el fuego os
caliente el alma.
Todas las noches igual. Los restantes componentes de la
secta salen con prisa de la enorme estancia. El último es Eric, su jefe, que se
detiene un momento y le dedica una mirada escondida
en la oscuridad de su capucha, antes de abandonar la oscura cueva.
Una vez sola, se acerca a la hoguera con intención de
calentarse las manos, y deja que su mente vague por los recovecos de su
memoria.
Recuerda el día en el que se unió a la secta.
Hace poco más de medio año, en 4º de la ESO, Luna no
era muy querida entre sus compañeros; es más, era despreciada y tachada de
‘bicho raro’.
El día de su cumpleaños, los chicos que se dedicaban a
dar problemas en la clase la encerraron en el cuarto de las escobas, una
pequeña abertura en la pared del instituto donde apenas cabían las fregonas y
los cubos, con las paredes desconchadas y la pintura algo roída por los ácidos
de los productos de limpieza.
La claustrofobia le jugó una mala pasada y se desmayó
en cuanto comprendió que estaba encerrada.
Horas más tarde, el bedel
la encontró tirada cuan larga le dejaba el estrecho cuartillo.
Se despertó enseguida, y, con un
empujón, salió corriendo del instituto y del pueblo teruelano en el que vivía
hasta llegar, apenas sin aliento, al bosque.
No respiró tranquila hasta que llegó,
pero en seguida fue consciente de que estaba sola, de noche en el bosque. Aun
así, no estaba desanimada. Tenía la sensación de poder respirar el aire del
mundo entero. Y eso la tranquilizaba.
Comenzó a caminar sin rumbo alguno
pero despreocupadamente. Cada vez se adentraba más en el denso bosque. Así,
caminó sin compañía hasta que encontró una gran abertura entre las montañas.
Era la entrada a una profunda caverna, donde una hora más tarde siete figuras
encapuchadas la descubrirían en ‘su santuario’.
Hubo muchas disputas entre los
componentes respecto a ella.
Solamente una mujer de voz imponente,
a la que todos la llamaban ‘Régida Hazel’, una chica con voz más juvenil,
conocida como ‘Dómina Katia’ y el jefe de la secta, el tal ‘Lord Eric’ estaban de su parte, sobre todo Eric. Él era el que más velaba por
ella, tanto era así que al final decidió
apodarle en secreto como “su ángel de la guarda”, puesto que consiguió
salvarla.
Había un chico que parecía joven al
que llamaban ‘Levín Mikel’, que permanecía callado.
Y los demás, ‘Lord Marcus’, ‘Lord
Agustín’ y ‘Lord Ezequiel’ estaban en contra de Luna.
Pero ella no supo qué debatían los
extraños encapuchados hasta el final de la disputa, en la que se acabaron de
gritar unos a otros. Entonces, entendió lo que estaban discutiendo.
Discutían la posibilidad de meter a
Luna en la secta o matarla. Ella aceptó entrar, pensando que no podían ser más
que cuatro locos con unas ideas cuanto menos peculiares. Pensaba que no corría
peligro con ellos, y esa divina inocencia ha permanecido intacta hasta ahora.
De todo corazón, agradeció que la
aceptasen y que no la matasen.
Las palabras que dijo el jefe de la
secta se le quedaron grabadas a fuego en la mente:
<Hay tres reglas fundamentales que
has de respetar por encima de cualquier cosa:
Uno, cubre tu rostro y no trates de descubrir
el nuestro;
Dos, no hables de nosotros ni reveles la
posición de la secta;
Tres, jura
fidelidad al Fénix>
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