jueves, 15 de mayo de 2014

Capítulo 1. SECRETOS.


CAPITULO 1- SECRETOS.

Estira otra vez las piernas y bebe el último sorbo del refresco. Se muerde las uñas por enésima vez, estruja la lata y la tira a la papelera más cercana. Y, al fin, ella aparece.

-¡Por fin! Ya pensé que no ibas a llegar.

-Sabes que siempre llego.

-Sí, tarde, como siempre.

Luna no comprende por qué su amiga está así de borde. Es cierto que se ha retrasado un poco, pero tampoco es para tanto, opina.

Bien es cierto que Moni nunca ha sido precisamente la alegría de la huerta, pero esta tarde está algo más seca que de costumbre. De todas formas, aunque hoy esté de mal humor, Luna no tiene queja alguna de ella. Es su mejor amiga; de hecho, la única amiga que ha tenido en años. Para ella, Moni es la prueba clara  de que las esperas largas son las que merecen más la pena.

-Bueno, ¿nos vamos ya o qué?- pregunta la francesa, impaciente.

-Que sí, solo espera a que me haga bien la coleta.

Moni masculla entre dientes algo en su idioma natal, pero eso no provoca a su amiga. De hecho, solo consigue sacarle una sonrisa.

Monique es una chica francesa de 17 años de edad; aunque debería estar en segundo de Bachillerato, se perdió prácticamente un curso, y desde hace un año coincide con Luna en la misma clase.

Ahora, Moni vive con su madre en un gran chalé a las afueras del pequeño pueblo en el que residen.

Hace años, Moni y Amelia vinieron a vivir a España, tratando de huir del padre de Moni, el cual se había rendido a la bebida y les había causado mucho mal a las dos.

Se instalaron en Ciudad Real, pero al poco tiempo, el hombre las encontró y se volvieron a mudar, esta vez a un pequeño pueblecito turolense llamado Albarracín.

Desde entonces, viven allí.

El plan para esta tarde es coger la moto de Moni, la flamante Kawasaki negra recién adquirida e ir a Canet D’ Berenguer, una ciudad valenciana que, por suerte, tiene playa.

Es un viaje de una hora y media y tendrían que haber salido hace rato, pero la tardanza de Luna lo ha impedido.


La carretera está llena de curvas. Desde un lado, se ven algunas montañas; al otro, hay un gran bosque verde. Hay pocos coches que crucen la carretera, y es que aunque la playa de Canet sea muy famosa, hay poca gente que vaya a finales de septiembre.

Una hora después, la moto se detiene frente a una calle llena de mercadillos regentados por negros o gente con habilidad para hacer trenzas o cualquier virguería que pueda sacarles de la miseria.

Tras aparcar, Moni y Luna se sacan las chaquetas de cuero negro y las meten en la mochila de la francesa.

Se quitan los cascos. Moni se lo retira sin miramientos, y casi lo tira al suelo. Lo atrapa en el último momento y suelta una carcajada. No puede permitirse perder su casco favorito, negro con una pegatina de la torre Eiffel. Sacude su melena negra con mechas rojas. Saca las gafas de sol estilo aviador y se las coloca para tapar sus ojos color chocolate.

Luna se despoja del casco con más cuidado ya que solo tiene ese, rojo con la bandera de Estados Unidos consumida bajo las llamas.

El pelo se le ha quedado recogido en una coleta medio deshecha, de la que se desprende enseguida, y deja su pelo color miel caer lacio por su espalda.

Le pide sus gafas a la francesa y esta se las lanza. Luna las agarra fácilmente y se las pone, ocultando sus ojos tímidos y grisáceos.

Atraviesan la calle del mercadillo y llegan a la playa.

En cuanto sus pies tocan el suelo arenoso se desprenden de las camisetas y colocan las toallas.

Se meten en el agua y hacen lo propio: sentarse en el fondo de la playa, que no es muy honda, y hablar de la vida en general. El tema de hoy es el día en que se conocieron.

Ambas lo recuerdan como si fuese ayer.

Ocurrió uno de los primeros días en los que Moni y su madre eran “forasteras” en el pueblo.

Albarracín proporcionaba a Moni largos paseos por sus calles estrechas y empedradas. Las paredes llenas de salamandras de metal sobre las rejas de las ventanas de las casas del casco antiguo le hacían pensar a la vez que la sorprendían, ya que nunca encontraba dos de paredes iguales.

En uno de estos paseos conoció a una chica con el pelo castaño muy claro.

Se fijó en sus ojos: eran llorosos y grises, pero sobre todo, tristes. Eran sin duda los ojos más tristes que Moni había contemplado en su vida. Ambas chocaron, y a Moni se le cayó al suelo la carpeta que llevaba a todas partes, en la que guardaba un montón de dibujos hechos por ella misma.

-Hey, cuidado. ¿Estás bien?- preguntó.

-S-si... lo siento mucho... Espera, yo te conozco. Eres la chica nueva del instituto, ¿verdad?-dijo la chica.

-Sí, soy yo. Me llamo Mónica.

-Yo soy Luna. Oye, ¿te puedo llamar Moni? Mónica me resulta demasiado... formal- preguntó amablemente, con una sonrisa triste dibujada en su rostro-. ¿Esos dibujos los has hecho tú?

-Sí.

-¡Vaya! Son impresionantes... Está claro que tienes un don.


Desde entonces, sus vidas se habían enlazado de un modo casi imposible, casi mágico. Formaban una simbiosis perfecta: Moni era la cabecilla del pequeño grupo, mientras que Luna era la parte que complementaba, que equilibraba la balanza. Todo lo que le faltaba a Moni, Luna lo aportaba.

Cuando deciden que ya están lo suficientemente arrugadas, salen del agua. A ambas les resulta rara la sensación de no estar balanceadas por las olas.

Vuelven a vestirse y suben a la moto.

Moni la arranca y, en lo que el motor se calienta y comienza a rugir, se ponen los cascos.

Mientras el suave traqueteo de la moto las mece, el tiempo pasa volando para las dos amigas. Desde la carretera, pueden ver como el sol se oculta tras las montañas y tiñe el cielo de los colores del ocaso. Aunque este está empezando a nublarse rápidamente.

-Conozco un atajo precioso, cruzando el bosque- dice Luna, cuando ya llevan varios kilómetros.

Moni se limita a asentir y conduce la moto en la dirección que su amiga le indica.

En cuestión de minutos, la carretera se acaba y la moto se encuentra rodando por una estrecha vereda rodeada por altos árboles y helechos que ya empiezan a teñir sus hojas de ocre.

Ambas se quedan absortas con la visión del bello paisaje, tanto es así que Moni no se da cuenta de que la rueda delantera de la Kawasaki se ha pinchado.

El vehículo se va parando cada vez más hasta que las deja tiradas.

La francesa despierta de su ensoñación y se dispone a ver qué le ha pasado a la rueda, sin pararse siquiera a quitarse el casco.

-Mierda- masculla Moni-. Hemos pinchado.

-¿Qué? ¡No! Mi madre me va a matar si llego tarde.

Luna está francamente disgustada. Estos últimos días la relación con sus padres ha empeorado notablemente y ha habido numerosos choques, sobre todo con su madre.

Si a esto se le añade que en el instituto la única que la defiende de los constantes ataques de las chicas de clase es Moni, el resultado es que su vida no es la que cabría esperar teniendo diecisiete primaveras prácticamente. Aunque de esto último no debería quejarse. Moni es una compañera leal cuyas gélidas miradas y cortantes contestaciones bastan para cerrarle la boca al más pintado. Es casi fulminante.

-Bueno, pues no podemos hacer otra cosa- resuelve Moni-. Habrá que regresar a la carretera y buscar la gasolinera más cercana.

-No sé si te habrás dado cuenta, pero estamos en mitad del bosque.

-Mejor, nadie en diez kilómetros a la redonda que pueda birlarme la moto. Mientras, la dejo aquí.

-No estoy segura, Moni... quizás...

-¿Quizás qué? Estamos en el bosque, a, por lo menos, cincuenta kilómetros de Albarracín, sin agua, sin comida, y por si fuera poco, es de noche.

-Lo sé, lo he visto, no soy tonta.

-Joder...- Moni empieza a desesperarse- anda, pongámonos en marcha.

Las dos amigas caminan en la espesura de la noche. Realmente no se han enfadado, pero la tensión de la situación las está alterando.

Cuando comienza a refrescar apresuran la marcha, pero permanecen en silencio. La estúpida carretera no aparece por ninguna parte, y comienzan a irritarse cada vez más.

-Podríamos haber ido a la Plaza Mayor o al parque, ¡pero no!– Luna no puede contenerse-. La señorita de París quería ir a la playa, y a la playa tuvo que ser. Nunca te conformas con nada, Mónica.

-Oye, te recuerdo que la idea de tomar este atajo fue tuya- replica Moni, tajante-. Y deja de faltarme así al respeto. Por lo que a mí respecta soy española, no francesa. ¡Oh, sacrebleu! ¿Donde está la maldita carretera?

Lo cierto es que Moni no ha tenido ni que girarse para dar la contestación. Aún así, Luna comprende que se ha pasado, así que decide permanecer en silencio. Por desgracia, un mal recuerdo le viene a la mente.

Cuando Luna era pequeña, sus padres, ella y su hermana decidieron ir de excursión a la serranía de Cuenca, con tan mala suerte que acabaron perdidos en medio de la montaña. Pasaron casi toda la noche atrapados en la salvaje naturaleza; Luna no podía dormir con el pensamiento infantil de que por aquella montaña habría lobos y demás animales salvajes.

Horas después, la policía llegó y les llevó al albergue que habían alquilado para la ocasión.

El recuerdo de aquella fatídica noche regresa a la mente de Luna, tan lívidos que parece que los vivió ayer mismo.

Comienza a temblar ligeramente; la situación de verse de nuevo perdida en el bosque es demasiado para ella.

-Moni...

-¿Qué quieres?- dice, de nuevo sin volverse.

-¿Crees que en este bosque hay lobos? 
La inocente pregunta hace enternecerse a Moni, que por fin, se vuelve.

-No me digas que tienes miedo. Anda, ven...- la francesa habla con tono maternal y rodea los hombros de Luna con un brazo. Ahora están más unidas. Sin embargo, el buen rollo dura poco. El destino no juega a su favor.

Ni el tiempo atmosférico tampoco, ya que empieza a llover y amenaza con hacerlo cada vez más fuerte.

-Oh, perfecto. ¿Y ahora dónde nos vamos a cobijar?- ruge Moni.

Luna no contesta. Precisamente ese bosque no le resulta tan extraño como quiere hacer creer. Ese bosque encierra su mayor secreto, un secreto que ni siquiera a Monique podría revelarle.

Pero la lluvia vuelve a apretar y la obliga a tomar una difícil decisión.

Va a llevar a Moni a su santuario.

Sin pronunciar palabra, aferra con fuerza la mano de su amiga y echa a correr por el denso y oscuro bosque.

Apenas puede escuchar las preguntas de la sorprendida Moni.

Cuando siente que le fallan las fuerzas, aprieta cálidamente la mano de su amiga y ello le da la fuerza necesaria para hacer lo que debe.

Continúan corriendo bajo la lluvia hasta que, al fin, llegan.

-¿Dónde me has traído?-resuena el eco de la voz de Monique en la caverna.

-Es... un sitio secreto. Por lo que más quieras, nunca, jamás hables de esto.

-Luna... me estas asustando. ¿En qué estás metida?

-Yo... conozco el bosque mejor de lo que crees, pero por favor, júrame que jamás hablarás de esto.

-Tranquilízate, Luna. Lo juro.

Moni, con gesto maternal, abraza a Luna, que ahora está temblando como un flan y llorando. Le coloca la cabeza junto a su pecho para que se tranquilice escuchando los latidos de su corazón.

Le acaricia la mojada cabeza y le susurra palabras tranquilizadoras, pero no obstante, ella también está nerviosa: ¿En qué lío las había metido su amiga? ¿Y por qué no se lo podía decir a nadie?

-¿Quién va?- una potente y gutural voz resuena por toda la caverna.

-Mierda, mierda, mierda... No debería haberte traído. No sabía que iban a llegar tan pronto.

Luna no para de repetir esas palabras, con las manos cubriéndose la cara.

-¿Qué pasa?- pregunta Moni, cada vez más preocupada. No sabe quién ha pronunciado esas palabras.

-Yo... Moni, no deben verte aquí conmigo. Tienes que irte.

-¿Quién hay ahí?- repite la voz.

-Qué voz tan fea. ¿Quién es ese? ¿Y por qué tengo que marcharme? ¡Si acabo de llegar!

-Moni, por favor- Luna cada vez está peor. Las lágrimas se le escapan fácilmente- Tienes que irte, hazme  caso y no... ¡Oh, no! Es demasiado tarde.

-Pero bueno, Luna, ¿quieres explicarme...?- a Moni no le da tiempo a terminar la frase. Una figura encapuchada la ha golpeado con crudeza en la nuca haciendo que caiga al suelo, inconsciente. Luna es incapaz de articular palabra, muda de horror. El encapuchado la mira, taladrándola con la mirada.

-Has incumplido tu promesa.

martes, 6 de mayo de 2014

PRÓLOGO.

LA SECTA DEL FÉNIX.
-Hay que seguir buscando…- la voz del jefe de la secta resuena por toda la honda caverna, convirtiéndola en algo mas grave y profunda de lo que realmente es.
‘La caverna tiene una sonoridad increíble…’ piensa Luna. ‘Y su voz también ayuda’. La chica se siente como pez en el agua, con esa gente y en ese lugar.
-Luna- oír su nombre, pronunciado por su líder, hace que le tiemble el cuerpo entero. Hace que sienta inquietud, pero a la vez seguridad-. Hoy te toca hacer guardia.
La chica asiente. Abandona el círculo que forman los 8 componentes de la secta alrededor de la hoguera y se apoya en la pared más alejada.
La voz del líder vuelve a alzarse en la penumbra.
-Que la luz ilumine la búsqueda y que el fuego os caliente el alma.
Todas las noches igual. Los restantes componentes de la secta salen con prisa de la enorme estancia. El último es Eric, su jefe, que se detiene un momento y le dedica una mirada escondida en la oscuridad de su capucha, antes de abandonar la oscura cueva.
Una vez sola, se acerca a la hoguera con intención de calentarse las manos, y deja que su mente vague por los recovecos de su memoria.
Recuerda el día en el que se unió a la secta.
Hace poco más de medio año, en 4º de la ESO, Luna no era muy querida entre sus compañeros; es más, era despreciada y tachada de ‘bicho raro’.
El día de su cumpleaños, los chicos que se dedicaban a dar problemas en la clase la encerraron en el cuarto de las escobas, una pequeña abertura en la pared del instituto donde apenas cabían las fregonas y los cubos, con las paredes desconchadas y la pintura algo roída por los ácidos de los productos de limpieza.
La claustrofobia le jugó una mala pasada y se desmayó en cuanto comprendió que estaba encerrada.
Horas más tarde, el bedel la encontró tirada cuan larga le dejaba el estrecho cuartillo.
Se despertó enseguida, y, con un empujón, salió corriendo del instituto y del pueblo teruelano en el que vivía hasta llegar, apenas sin aliento, al bosque.
No respiró tranquila hasta que llegó, pero en seguida fue consciente de que estaba sola, de noche en el bosque. Aun así, no estaba desanimada. Tenía la sensación de poder respirar el aire del mundo entero. Y eso la tranquilizaba.
Comenzó a caminar sin rumbo alguno pero despreocupadamente. Cada vez se adentraba más en el denso bosque. Así, caminó sin compañía hasta que encontró una gran abertura entre las montañas. Era la entrada a una profunda caverna, donde una hora más tarde siete figuras encapuchadas la descubrirían en ‘su santuario’.
Hubo muchas disputas entre los componentes respecto a ella.
Solamente una mujer de voz imponente, a la que todos la llamaban ‘Régida Hazel’, una chica con voz más juvenil, conocida como ‘Dómina Katia’ y el jefe de la secta, el tal ‘Lord Eric’ estaban de su parte, sobre todo Eric. Él era el que más velaba por ella, tanto era así que al final decidió   apodarle en secreto como “su ángel de la guarda”, puesto que consiguió salvarla.
Había un chico que parecía joven al que llamaban ‘Levín Mikel’, que permanecía callado.
Y los demás, ‘Lord Marcus’, ‘Lord Agustín’ y ‘Lord Ezequiel’ estaban en contra de Luna.
Pero ella no supo qué debatían los extraños encapuchados hasta el final de la disputa, en la que se acabaron de gritar unos a otros. Entonces, entendió lo que estaban discutiendo.
Discutían la posibilidad de meter a Luna en la secta o matarla. Ella aceptó entrar, pensando que no podían ser más que cuatro locos con unas ideas cuanto menos peculiares. Pensaba que no corría peligro con ellos, y esa divina inocencia ha permanecido intacta hasta ahora.
De todo corazón, agradeció que la aceptasen y que no la matasen.
Las palabras que dijo el jefe de la secta se le quedaron grabadas a fuego en la mente:
<Hay tres reglas fundamentales que has de respetar por encima de cualquier cosa:
 Uno, cubre tu rostro y no trates de descubrir el nuestro;
 Dos, no hables de nosotros ni reveles la posición de la secta;
 Tres, jura fidelidad al Fénix>